domingo, 20 de octubre de 2013

Carta de una madre: Mi hija es lesbiana, ¿y?


Mi hija es lesbiana. Soy madre de una lesbiana. Mi hija lesbiana tiene novia. Tengo una hija con novia.  Quiero a mi nuera como si fuese otra hija
           
Cuando mi hija era pequeña, ya me daba cuenta de que era una niña con identidad propia. No le gustaban los vestidos, le gustaban pantalones, las pelotas (tenía una hermosa colección), el monopatín, las carreras, los saltos, la cabriolas.

Cuando fue un poco más mayor,  pasaba horas y horas mirando capítulos de “Xena, la  Princesa Guerrera”, a la que yo un día le di el feliz apodo de “Xena, la Princesa Bollera”,  mi hija sonrió, me miró con cara de sorpresa, como si yo hubiese hecho un descubrimiento. Nunca he olvidado esa cara.

Siguió pasando el tiempo, su carácter se volvió tortuoso. Adelgazó mucho.  Había algo que no iba bien y yo, no sabía qué pasaba. La observaba, le preguntaba. No había respuesta. Pero ella, se estaba consumiendo. Tuvo algún noviete que no cuajó e incluso hubo uno al que no le vaticiné más de unas semanas, ya que tuvo la osadía de regalarle un bolso, ¡para hacerla más femenina!. Insensato. Yo veía que tenía amigas “especiales”. Todo aparentemente normal, pero, yo no estaba conforme. Me dediqué a observarla en silencio pensando y pensando qué le estaría pasando. Hasta qué alguien tan cercano a mí como ella, me dijo que le gustaban las chicas y que no sabía como decirlo.

Por fin se aclaró el misterio. He de ser sincera y decir que tuve que procesar esta información. Pero ello no impidió que tomase cartas en el asunto. Así que un día, ni corta ni perezosa, me senté frente a ella y le solté a bocajarro:
-¿Qué te pasa?, ¿que eres lesbiana y tienes algún problema con ello?

Hablamos y hablamos horas. Y mi trabajo consistió en hacerle entender, que eso, no tenía ninguna importancia para mí. Que era mi hija y que la quería por encima de todo y que no iba a permitir que estuviese sufriendo por ello. Que me daba igual que mi amiga tal o cual, la hubiese visto una noche por ahí tomando copas, abrazada o besándose con su amiga de turno. Que no iba a permitir ni chismes ni comentarios de nadie. Pues, no había nada que decir. Y que, por supuesto, no me avergonzaba, ni veía el motivo para hacerlo. Soy de la firme convicción de que cada uno mete en su cama a quién le da la gana y de que el sexo, no tiene género.

Según la conversación avanzaba, observé como sus músculos se fueron relajando. Estoy en el convencimiento, aunque nunca he sabido si así fue, de que se quitó una losa de encima.  A partir de ahí, comencé a llamarle “Mi bollerita linda”.

Pasado algún tiempo, mi  hija, volvió a reverdecer. Comenzó a caminar con paso más firme. Con la mirada más levantada. Volvió a ganar peso. Volvió a brillar.

Obra: "Madre e hija".
Hoy es una flor. Bella por dentro y por fuera. Podría utilizar mil adjetivos deliciosos para calificarla. Me bastará con decir que es una mujer buena  y una de las personas más íntegras que conozco y a la que estoy profundamente agradecida, (tanto a ella como a su hermana), pues me han enseñado en esta vida a poner en práctica algo tan difícil como la coherencia. Coherencia entre lo que siempre he pensado, lo que he dicho y lo que he tenido que llevar a cabo. Porque, sin  ser consciente  descubrí que yo  también tenía un leve prejuicio hacia el lesbianismo, como comprobé al encontrármelo de frente. 

¿Por qué digo esto? Pues porque desde nuestra más tierna infancia somos bombardeados con condicionamientos culturales, sociales, etc. Se nos inculcan unos estereotipos, una serie de roles, normas, contra las que no todos están dispuestos, saben o pueden rebelarse. Una rebelión siempre lleva implícito sufrimiento al tiempo que es un acto de valentía. Por eso, tuve que  sacudir mi alfombra interior primero, para desprenderme de mis prejuicios y así ayudar a mi hija en su rebelión particular. En su acto de valentía y enfrentamiento con el mundo.

Hoy en día, pasados los años, no tengo nada que decir al respecto. Es algo que ni me planteo, es más, es algo que ni veo. Algo en lo que ni siquiera pienso, a no ser en ocasiones determinadas, como la que me sucedió el otro día, en el que una conocida me decía que prefería que su hijo fuese homosexual antes que drogadicto. Me produjo cierta hilaridad interna, como si ser homosexual o lesbiana fuese una preferencia  que debemos plantearnos.  O como hablaba el otro día con un amigo, que me decía, que si bien todos éramos iguales y no debíamos ser discriminados ni por el color de la piel, sexo, nacionalidad, creencia religiosa, opción política, etc. No veía bien que los homosexuales perteneciesen a determinada asociación. Por supuesto, le dije que todo lo anterior que acababa de decir, quedaba anulado ante esta afirmación y que tenía un problema interior no resuelto si en verdad pensaba de esta manera.

El contar esta pequeña historia ha sido para destacar el papel tan importante que tenemos los progenitores en el desarrollo físico y emocional de nuestras hijas, en un tema tan delicado como éste. Y digo “delicado”, intencionadamente, ya que desgraciadamente, el lesbianismo y la homosexualidad, aún son tabú en muchas sociedades y aún en la nuestra.

En buena parte dependerá de nosotros que la lucha y el desarrollo y la autoconstrucción de nuestros hijos, sea hecha desde el positivismo y el crecimiento y no desde la negatividad y la destrucción.  Desde el amor y la aceptación y no desde el odio y la decepción.


            La Púnica.


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